12.11.13

Decadencia brillante en las ventanas de América.

Ojalá hubiese nacido en la época del blanco y negro, de las figuras inverosímiles ante caras asombradas. La época del jazz, de las decadentes calles de NY en invierno, los suelos mojados y los perros callejeros. Tiempos de los hombres libres de lenguaje complejo, barbas blancas y gafas de mago, de los vagabundos con lenguas de mantra, ojalá hubiese sido uno de ellos. De los extremos contrastes en escala de grises, de la guerra y la paz y los símbolos torcidos, de los gays y lesbianas alzando sus brazos al cielo, la liberación de los dogmas en calles del desastre. Volveremos a reírnos de aquellos niños ricos, aquellos hombres tristes con su vida en maletines negros, en Wall Street quemaremos nuestros sueños, los bancos se derriten bajo el ácido de nuestras pupilas. Se oirán los aullidos de nuevo, se mueren las mejores mentes de nuestra generación, se mueren de hambre. Centinelas de siglos pasados en las puertas del congreso, buscando pan, monedas, o tan solo silencio, una mezcla de fantasmas invisibles y monstruos inquietantes, grandes ojos amarillos que no dicen nada, que no bailan nunca, que no sienten más. Derechos humanos e izquierdos de Dios, volcanes y tormentas azotando el cielo, fin del mundo, familias perfectas, el sueño americano, las grandes guerras. Poesía delirante de las 3 y media en los clubes de jazz y gatos negros sobre cubos de basura. Cafés solos y versátiles cartones, esperanza que va y viene como las olas de un mar que todavía ni imagina lo que está por llegar. ¿Volveremos algún día a las ideas brillantes sobre el polvo de una sociedad que huele a navidad y veterano tullido de guerra?